Por Joana Bonet Comprubí / La Vanguardia


"Lulu, sin acento, marca la primera diferencia. Es el diminutivo de Lucila, también el nombre de su madre, Lucila Domecq. La artista e influencer ha hallado en la conjunción del arte y la moda un código propio, del mismo modo que es portadora de una elegancia con su toque extravagante y que conjuga sus raíces americanas –Griffith Dexter– y madrileñas –de Figueroa y Pérez de Guzmán el Bueno– con el Jerez anglófilo de los Domecq Williams, ese microclima social suspendido en el tiempo. "Cuando voy a Jerez, no salgo de Santiago, la verdad. Ahí lo tengo todo, familia, naturaleza y buen vino. No necesito más cuando estoy de vacaciones". Lulu Figueroa se ha quitado el "de", además de varios apellidos sonoros y con pedigrí, a diferencia de aquellos que intentan alargarlos.


No quiere mezclar el linaje con la ambición artística. Considera que, para una artista, este tipo de contactos no suponen una ventaja, y que el mundo de la aristocracia es historia. ¿De verdad lo cree así, que ser noble no tiene importancia?, le pregunto: "Todo aquello que quite el foco de la obra del artista es perjudicial. Partiendo de esta premisa, creo que la respuesta es evidente. Cosa bien distinta es tener un sustento económico, en el sentido de poder pintar sin preocuparse del dinero, pero esto, contrariamente a lo que la gente pueda pensar, no va necesariamente unido al hecho de ser aristócrata y no ha sido nunca mi caso".


Enlace



 

Image: Félix Valiente / La Vanguardia

Artículo Anterior Artículo Siguiente