La llave


En la calle, pegado a la acera, 

un señor de tal vez unos setenta años, 

sosteniendo un pedazo de cartón, 

aguarda que el semáforo se ponga en rojo, 

para pedir alimento, dinero... alguna forma de amor.


En otra esquina vengo yo caminando,

con los audífonos puestos,

y música instrumental escuchando.


Al acercarme donde se encuentra esta persona, 

mis ojos se detienen en su mirada, 

le comparto mi sonrisa y él, 

comparte otra con la inocencia de un niño; 

en este momento, 

hemos establecido un diálogo sin palabras 

y el tiempo se detiene; 

un sentir me invade, de que nos conocemos 

y tal vez más importante, 

que nos [re]conocemos fraternalmente. 

Sigo caminando y el contacto visual finaliza. 

Me emociono y empiezo a llorar. 


En cada mirada 

puede haber un tesoro 

a ser abierto y admirado.








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