Por Juan Luis Álvarez / La Vanguardia
"Aunque no tiene claro que la genética de su estirpe haya tenido mucho que ver, la revelación de Alba Flores como artista, hace ya más de una década, no extrañó pero pilló a más de uno con el pie cambiado. Lejos del arquetipo de tantos diletantes hijos de famosos, de formación nula y entendederas básicas, convertidos en carne de cañón televisiva, resulta que no solo tiene un talento que nadie le cuestiona, sino que es una esforzada trabajadora que ha tenido en casa ejemplos claros de que, en el territorio del arte, nadie regala nada. Sólo algo de sabiduría, seguramente con cuentagotas que, en su caso, llegó de palabra y obra de, entre otros, su abuela Lola o su padre Antonio, tan presentes ahora como siempre cumplido el 25 aniversario de sus fallecimientos.
Debutante veinteañera en una versión teatral gitana de El sueño de una noche de verano, como una de las cinematográficas niñas de El calentito, de Chus Gutiérrez, o como Jamila, la hábil criada árabe de la Sira de El tiempo entre costuras, en tan poco tiempo ha acumulado en una estantería de su casa madrileña, ciudad donde nació hace 34 años, el premio de la Unión de Actores, un Ondas, un Iris de la Academia de Televisión, y un Platino iberoamericano. Y dentro de la mochila, ya lleva dos personajes que la acompañarán para siempre: la presa de etnia gitana de Vis a vis y la inabarcable Nairobi de La casa de papel: probablemente uno de los papeles mejor escritos y más queridos de la ficción nacional compartido, por el alcance de las plataformas televisivas, con telespectadores de todo el mundo".
Image: Sara Sintes para Audible / La Vanguardia