Por José María Velázquez-Gaztelu / El Cultural
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¿De qué lugar proviene ese vigor subrepticio pero de una eficacia demoledora? "No sé, la verdad. Es un nexo: acallar los ruidos y enseñar cómo una persona establece contacto con su ser desnudo, tanto con su parte más seductora y bella como con la más tenebrosa. Básicamente es muy recóndito y, por otro lado, muy auténtico, donde no existe la ocultación. Estamos en un momento en el que necesitamos verdades. La escena, para mí, es un lugar sagrado, y subo para conectarme conmigo misma y con mi verdad, y si no es así, no subo. Yo creo que ahí radica ese presunto poder de transmisión, en el mostrarme sin disfraz", explica.
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"La improvisación es una necesidad espiritual porque te relacionas con la zona más instintiva, con la niña que eres, con lo que significas en ese momento, con tus colores, con tu energía. En la improvisación la forma no importa, lo fundamental es que permanezcas unida a esa intimidad que va más allá de la pura consideración estética o que, en último caso, la estética es un reflejo de una actitud donde palpita la vida interior".
Image: Óscar Romero / El Cultural