Por Rubén Amón / El Confidencial
"Me descubrí el otro día a mí mismo escribiendo una carta. No una postal de circunstancias ni un 'post-it'. Una carta. Admito el anacronismo, la extravagancia, aunque en mi caso el esfuerzo puede considerarse todavía mayor porque siempre ejercí una letra ilegible, como los médicos o como Mariano Rajoy. Ni siquiera la entiendo yo mismo.
Tiendo a pensar, incluso, que el hermetismo de mi escritura infantil y adolescente era una manera de encubrir la propia ignorancia en los exámenes. El niño los suspendía no porque hubiera desatendido los estudios, sino porque los profesores renegaban del esfuerzo que implicaba descifrar la letra. Mis razones tenía: el apellido Amón suponía un derecho y una obligación respecto a las fórmulas jeroglíficas.
Hemos dejado de escribir a mano. Los estudios demuestran que el 75% de los españoles evita 'pronunciarse' con un bolígrafo o un lápiz. Prevalecen los mensajes de texto. No solo por el impacto evolutivo del correo electrónico, sino porque la proliferación de aplicaciones en los 'smartphones' remedia el esfuerzo que supone encontrar un papel y aplicarse a recubrirlo de tinta."
Image: El Confidencial