Por Rafael Narbona / El Cultural 

"Mi nombre es Juan de Alejandría y mañana arderá mi carne en la pira reservada a los herejes. Mentiría si dijera que no tengo miedo, pero mi espíritu aún no se ha doblegado. Hace unas horas me visitó el obispo y me recordó que hasta el último momento podía retractarme, evitando al menos el fuego. Ya nada puede salvarme de la horca, pero al menos mi muerte sería rápida. Agradecí su oferta, pero le expliqué que mi destino ya había sido escrito y la providencia no toleraría que se revocara ni una coma. El obispo me acusó de blasfemo, afirmando que Dios nunca niega al réprobo la oportunidad del arrepentimiento. Humildemente, agaché la cabeza y callé".





Imagen: Fresco de la iglesia de Santa María de Hafnerberg. / El Cultural
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