By Rafael Narbona / El Cultural
"Erich Fromm nació y creció en una familia de judíos ortodoxos. De joven, leía el Talmud y se planteó seriamente convertirse en rabino. Dos acontecimientos traumáticos despertaron en su interior el deseo de hallar explicaciones para el comportamiento humano. Cuando solo tenía doce años, se suicidó una joven pintora que se relacionaba con su familia. Había perdido a su padre y ya no le quedaba ningún ser querido. Todo indicaba que no había podido soportar la perspectiva de la soledad. Erich era un niño y su fe no le ayudó a comprender por qué se había producido esa tragedia. Su desconcierto aumentó dos años más tarde con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Por entonces, el antisemitismo aún no había despojado de su nacionalidad a los judíos alemanes. Erich, que había nacido en Fráncfort en 1900, no pudo entender el odio contra ingleses, franceses, rusos, norteamericanos y otras nacionalidades. De nuevo, se preguntó: "¿Por qué?". La ira aventada por el conflicto bélico le pareció inaceptable e irracional. Fromm estudió derecho y sociología, pero ambas disciplinas le dejaron insatisfecho, pues no le proporcionaron las respuestas que esperaba. Su matrimonio con la psicoanalista Frieda Riechmann le acercó a las teorías de Freud y propició su ruptura con la religión. Poco después, comenzó a leer a Marx y Max Horkheimer le invitó a dirigir el Departamento de Psicología del recién creado Instituto de Investigación Social, embrión de la famosa Escuela de Frankfurt.
En 1934 huye de la Alemania nazi, que había suprimido los derechos y libertades de la población judía. Se traslada a Estados Unidos con otros integrantes del Instituto, pero las discrepancias con Marcuse y Adorno le llevan a romper con el grupo. No acepta la tesis de Freud sobre la libido, pues considera que lo más significativo del ser humano es su dimensión social, no sus tendencias sexuales. Tampoco acepta el "antihumanismo teórico" del marxismo, que atribuye todos los acontecimientos a las condiciones económicas y materiales, minimizando o negando el papel de la libertad humana. Si algo define a Erich Fromm, es su independencia. Nunca aceptó las posiciones ortodoxas, que exigían una adhesión incondicional. Pacifista y firme opositor a la guerra de Vietnam, se identificó desde muy temprano con el movimiento feminista. La mujer vive sometida por leyes discriminatorias y coacciones implícitas, que se reflejan hasta en el lenguaje. No se podrá hablar de una humanidad verdaderamente libre hasta que desaparezca la sociedad patriarcal. Fromm manifestó su oposición al "socialismo real", que había conducido al totalitarismo del Estado soviético, pero no se mostró menos crítico con el capitalismo y la sociedad de consumo. Su hincapié en la libertad personal ha provocado que le asocien a la tradición libertaria, pero con un anarquismo atípico, nada convencional. Sus antiguos compañeros de la Escuela de Fráncfort le tildaron de "revisionista" y "socialdemócrata". Fromm respondió que simplemente había apostado por un socialismo humanista y democrático. En el plano religioso, se definió como un "místico ateo", interesado por el budismo zen. En 1957 impartió un seminario en la Universidad Autónoma de México con el filósofo japonés Daisetsu Teitaro. Fromm consideraba imprescindible explorar vías alternativas a la racionalidad occidental, como la meditación y la intuición.
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Amar es fundamentalmente dar, no pedir o exigir. "En el acto mismo de dar, experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. Tal experiencia de vitalidad y potencia exaltadas me llena de dicha". El amor es una forma de crecimiento personal que nos hace más humanos y solidarios: "La persona que ama, responde". Se siente tan responsable de los otros como de su propio bienestar. El "amor maduro" nunca es posesividad: "Si amo a otra persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como yo necesito que sea".
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