Por Felip Vivanco / La Vanguardia - Magazine
"El carrito de los helados de nuestra infancia, de tantas infancias en tantas partes del mundo, era limitado pero suficiente: poder elegir entre cuatro sabores, o a lo sumo cinco, era un lujo del que nunca fuimos muy conscientes. Vainilla, fresa y chocolate, nata y, tal vez, turrón. Casi nadie tenía piscina y no todo el mundo iba a la playa, pero el helado no faltaba: se degustaba sin prisa (para que durara) y sin pausa, para que no se derritiera cucurucho abajo. Con el tiempo el catálogo de sabores se amplió con grandes éxitos de crítica y público..."
Image: La Vanguardia